Los paisajes de la Tierra de Campos, en el norte de Castilla, siempre me han causado una cierta congoja. Extensiones interminables dedicadas al cultivo de cereal, un clima invernal extremo y una baja densidad de población hacen de este territorio un lugar, a priori, de escaso interés. Además, los pueblos presentan escaso atractivo arquitectónico, a excepción de algunos edificios religiosos.
Sin embargo, cada año, en época de vacaciones navideñas, me gusta visitar estos paisajes en busca de aves poco habituales o inexistentes en Cantabria. Hace unos días, en Boada de Campos, prospectando una pista de peligrosa arcilla saturada de agua, un amigo y yo nos encontramos con una inesperada concentración de siete búhos campestres a lo largo de un trayecto de unos 300 metros. Parece que en esa zona la abundancia de topillos campesinos ha llevado a estas preciosas aves a instalarse allí de forma permanente (una semana después seguían allí). Disfrutamos con las observaciones y dimos por bien aprovechada la jornada, pues además de los búhos, observamos una buena relación de especies características de estos páramos castellanos.
Intentaremos volver en primavera, cuando en las lagunas temporales de esta zona de Palencia, aparecen innumerables limícolas en migración y las avutardas efectúan sus fantásticos rituales de cortejo.
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